17casi incomprensible humildad y devotísimoagradecimiento de que Su Majestad se hubiese dignadode estar en su compañía y volver a ella. Este beneficio,que juzgaba la divina Reina por tan nuevo como a símisma por indigna, acrecentó en su fidelísimo corazón elamor y solicitud de servir a su Hijo Dios. Y era tanincesante en agradecerle, tan puntual, atenta ycuidadosa en servirle, y siempre de rodillas y pegada conel polvo, que admiraba a los encumbrados serafines. Y amás de esto en imitarle en todas sus acciones, como lasconocía, era oficiosísima y ponía toda su atención ycuidado en dibujarlas y ejecutarlas respectivamente;que con esta plenitud de santidad tenía herido el corazónde Cristo nuestro Señor
(Cant 4, 9) y a nuestro modo deentender, le tenía preso con cadenas de invencible amor. Y obligado este Señor como Dios y como Hijo verdaderode esta divina Princesa, había entre Hijo y Madre unarecíproca correspondencia y divino círculo de amor y deobras, que se levantaba sobre todo entendimiento criado.Porque en el mar océano de María entraban todos loscorrientes caudalosos de las gracias y favores del Verbohumanado, y este mar no redundaba
(Ecl 1, 7) porquetenía capacidad y senos para recibirlos, pero volvíanseestos corrientes a su principio, remitiéndolos a él la felizMadre de la sabiduría, para que corriesen otra vez, comosi estos flujos y reflujos de la divinidad anduvieran entreel Hijo Dios y su Madre sola. Este es el misterio de estartan repetidos aquellos humildes reconocimientos de laesposa:
Mi querido para mí y yo para él, que se apacienta entre los lirios mientras se acerca el día y se desvían las sombras
(Cant 2, 16-17). Y otras veces:
Yo para mi Amado y él para mí
(Cant 6, 2).
Yo para mi dilecto y él se convierte a mí
(Cant 7, 10).772. El fuego del amor divino que ardía en el pecho denuestro Redentor y que vino a encender en la tierra
(Lc12, 49), era como forzoso que hallando materia próxima y